miércoles, 13 de enero de 2010

Pan del cielo

Hace ya muchos días, más de lo habitual en los últimos tiempos, que la lluvia se ha hecho compañera de lo cotidiano.
Por estos parajes del sur no suele ser constante ni abundante la lluvia. Incluso hay años en que escasea tanto que hasta hay que hacer procesiones en rogativas con el Patrón del pueblo. Y precisamente ahora, que llevamos semanas en que las nubes se han hecho de la familia y el paraguas forma parte de la indumentaria de la calle, estamos ya algo cansados de agua y más agua.
Y es que por estas tribus somos más del sol que de las nubes. Sol al que prácticamente no vemos desde hace días. Como si hubiese desaparecido definitivamente tras el cielo plomizo y grisáceo que se ha adueñado del cielo. Dicen que acabamos queriendo aquello a lo que nos acostumbramos, y parece como si ahora nos estemos acostumbrando a convivir con el chaparrón infinito. Miramos el paisaje, ayer soleado y colorido, y hasta nos parece bello ese color sin color del horizonte.
Es cierto que la lluvia da color y alegría al campo, pero no es la misma la lluvia niña de abril, que pregona primavera y se hace flor, que esta lluvia fría de enero que deja su firma de surcos en el barrizal y ahoga soledades entre tormentas. Porque soledad tiene ahora el sol, ahogado y callado, quieto y triste.
En todo caso, aunque sea verdad aquello de que nunca llueve a gusto de todos, y exceptuando la tormenta cruel que se ensaña con un lugar y hace daño, la lluvia es necesaria y vital para todos: hombre, plantas y animales.
Sobre todo para el campo y su gente, la lluvia es el pan del cielo. Sea bienvenida.... pero a ver si escampa un poquito.

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