lunes, 7 de octubre de 2013

Un santo

Era un día como hoy. Inolvidable 7 de octubre, y era jueves. Lo recuerdo como si fuera ayer. Me estrenaba ese año 1993, también inolvidable por tantas cosas, en un cargo de ilusión y de ganas de trabajar, en el que me llevaban en volandas un grupo de personas de imborrable recuerdo en mi corazón. Él era una de aquellas personas. Tenía una voz firme que al escucharla transmitía serenidad y confianza. Mirada que expresaba bondad, cariño, comprensión. Y un corazón que desprendía amor. Nunca le vi una mala cara, y hasta cuando tenía que darnos un "tirón de orejas" lo hacía con una delicadeza que ni nos dábamos cuenta que nos estaba "leyendo la cartilla". Y, sobre todo, él era sencillez y humildad.
Era un día como hoy, jueves 7 de octubre de 1993. Inolvidable. Unos jóvenes llenos de nuevas ideas, con nuevas iniciativas y ganas de "marcha", estaban descargando en la plaza las palmeras para adornar los palos, y ya estaban hechas las flores para engalanar esas calles que, por tener menos vecinos o que ya eran mayores, se habían dejado de arreglar. Estaba también previsto un palio de flores que cubriría la puerta de la iglesia, para cuando el domingo saliera la Virgen de la Estrella camino de encontrarse con su Hijo en Torrijos.
Tuve que dejar a aquellos jóvenes en la plaza, descargando las palmeras, porque tenía que ir con el Hermano Mayor a Sevilla, a una entrevista en la Cope para hablar de la Romería. Fue entonces cuando me dieron la triste, aunque esperada, noticia. Acababa de dejarnos, el día de la Virgen del Rosario, Don Valeriano Carrero Carmona.
Se me vinieron a la mente esos momentos que siempre se recuerdan de su afable trato. El día que di, cuasi niño, el Pregón de Torrijos, en 1990, o cuando ese mismo 93, en mayo, me felicitó emocionado tras el Pregón del Cincuentenario de la Hermandad porque le encantó el Avemaría.... o cuando, junto con el recordado Antonio de Paz, me corregía mis irreverencias juveniles en alguna letra de sevillana (¡¡ cómo podía yo decir que la Virgen de la Estrella tiene dos hijos..... o que una gallina hizo que Dios viniera a Valencina !!)
Cómo no recordar mi satisfacción y alegría el día que me comunicó el Hermano Mayor que Don Valeriano había propuesto realizar un Rosario de la Aurora para traer a la Virgen del Pilar a la Iglesia, tras un ruego mío en un cabildo el año anterior.
Y cómo olvidar aquella mañana del primer Rosario de la Aurora, cuando lo vimos por última vez, asomado a su ventana, viendo hecho realidad aquel su penúltimo servicio a la Hermandad y a su Parroquia. Le paramos a la pequeña imagen de la Virgen del Pilar, y rezamos junto a él y por él.
Aquel Torrijos del 93 fue especial. Los jóvenes estábamos arreglando la plaza, la noche del viernes, y cuando empezamos a colocar el palio de flores en el atrio, empezó a llover y ya no se pudo acabar. Por lo menos habíamos arreglado algunas de las calles, pero nunca se llegó a poner el palio de guirnaldas. Ya la lluvia no nos dejó. 
El domingo de Torrijos, muy temprano, el Coro hacía voces en casa de Manolito Delgado, en la "calle del Cura", y caía el "diluvio universal". La iglesia se llenaba para la Misa de Alba, y Aurelio (el Hermano Mayor) nos llamó a cabildo extraordinario, mientras Antonio de Paz (sólo, de madrugada y lloviendo a mares) había ido en su coche ¡¡¡ nada menos que a Sevilla !!! a recoger al cura que vendría a la Misa, D. Manuel Camacho Remesal.
No había internet como ahora, ni teníamos el teléfono del "tío del tiempo". Decidimos no realizar ese domingo la Romería, ante la que estaba cayendo, y aplazarla al martes siguiente, que era el Día del Pilar, 12 de octubre. Pero sí se haría la Misa de Alba, y al final Aurelio comunicaría a los hermanos la decisión. Lo complicado para mí era que tenía que subir al coro a cantar, sabiendo que ese día no habría romería, pero sin poderlo decir. Y así cantamos aquella inolvidable Misa de Alba, en la que tuvimos siempre presente a Don Valeriano, que repetiríamos dos días después.
Aquel Domingo de Torrijos, sin romería, la iglesia estuvo todo el día abierta y la Virgen de la Estrella no paró de recibir visitas. Y ocurrió que, sobre las diez de la mañana, el cielo abrió y la lluvia dejó paso a un día soleado...  
Aquel fue un Torrijos especial, inolvidable, en el que echamos en falta a un ser excepcional, un director espiritual único, un amigo que lo era a pesar de nuestros defectos, un hombre bueno, que daba consejos pero no imponía, que proponía pero no disponía, que estaba siempre al servicio de sus parroquianos, al servicio de sus hermanos, al servicio y a disposición del que quisiera hacerle una consulta, una pregunta o simplemente charlar con él.
Era un día como hoy, 7 de octubre de hace 20 años, y nos dejó Don Valeriano Carrero Carmona. Un santo.

jueves, 29 de agosto de 2013

Don Juan el Cura

Cuando yo nací, él ya llevaba una década siendo el Cura de Gines, el pueblo de mi padre, y el pueblo de mi niñez, por eso me fue siempre tan familiar, porque forma parte de mi vida desde que mi abuela Dolores o mi tía Matilde me llevaban a aquellas misas en Santa Rosalía o en la Iglesia.
Forma parte de mi paisaje de siempre, porque siempre lo vi caminar cerca de la carreta del Simpecado en mis "rocíos" de niño, siempre con una cámara a cuestas para hacer las mejores fotos del camino (qué raro me parecía el Cura de fotógrafo), y hasta entonando los misterios del rosario al compás de las sevillanas, como uno más del coro. Tengo su voz clavada en el alma, grabada para siempre, en aquellas inolvidables misas de romero al alba en las mañanas de camino.
Porque fue uno más, pero no uno cualquiera. Si analizamos el último medio siglo en Gines, cuántas y cuántas experiencias y cuántos momentos históricos van unidos a su persona. Lógicamente, todos los relacionados con la Parroquia y las Hermandades, pero también integrado en la sociedad civil y en la realidad social. Del Rosario por Sevillanas hasta la Coronación de la Virgen de los Dolores, pasando por tantas vivencias que se lleva del pueblo que lo acogió y del que fue uno más, y seguirá siendo uno más.
Valiente en su momento, recto cuando la ocasión lo requería. Defendiendo lo suyo (y a veces lo de los demás), dispuesto y dando la cara. Equivocándose muchas veces, lo he visto personalmente pedir perdón y rectificar su error.
Una de las veces que más me impactó su carácter fue el nefasto Domingo de Ramos de 1990, cuando el incendio de la Parroquia. Impresionante su saber estar, su aparente frialdad (cuando también llevaba la procesión por dentro) para calmar el dolor y el llanto en aquella Misa improvisada en la plaza, ante tanto desasosiego. Él no podía derrumbarse también, y dio una de sus mejores lecciones de fe.
Aunque a veces no lo pareciera, y hasta haya sido muy criticado en algunos aspectos, se ha sentido siempre orgulloso de Gines, de su parroquia y de sus hermandades. Orgulloso de cómo Gines siente el Rocío, aunque nos diera el "rapapolvo" luego en el sermón o en el artículo del boletín. Porque se ha sentido siempre responsable de que Gines no se conformara con su riqueza patrimonial y humana, sino que fuera cada día a más la verdadera riqueza del rociero o del cofrade: la espiritual. Orgulloso por ser los mejores cantando, pero más orgulloso por ser los mejores rezando y ayudando al prójimo. De ahí sus reiteraciones muchas veces, su insistencia, su tenacidad.... y es verdad que algunas veces algo pesado, ¿y qué?  ¿Qué padre no se siente orgulloso de sus hijos, y luego a ellos no se lo parece porque sigue exigiéndoles más y más?
Su labor espiritual ahí queda, su huella deja en Gines y en el Aljarafe, su labor social también, labor callada pero eficaz y prolífica (pregunten por él en el Hospital de San Juan de Dios).
Siempre me pareció cercano. Lo es. Cercanía y confianza. Igual nos veíamos después de cuatro meses, y parecía que habíamos hablado ayer. Y sobre todo, con sus muchos defectos y virtudes, tiene algo que le ha llevado a ser como es y quien es: su personalidad arrebatadora. Único, personal, sin par.
Esta noche lo despedimos en Gines, en su Parroquia, en su casa.... Lo jubilan y ahora tendrá un descanso "obligado" como Párroco Emérito. Merecido descanso, y merecido homenaje y reconocimiento el que, estoy seguro, todo el pueblo de Gines le va a dedicar al que siempre será Don Juan el Cura.
Gracias y hasta siempre.

martes, 23 de abril de 2013

Manolo

“Cuando me lo contaron sentí el frío de una hoja de acero en las entrañas...”. Igual que la rima de Bécquer, aquella noche al recibir la dura noticia me quedé helado. Por culpa de un baile de nombres y una confusión rara, no supe que era él hasta que ya lo habían despedido. Me enteré tarde y el dolor fue mayor, hasta tal punto que hasta hoy no he sabido atreverme a escribir estas letras que sólo pretenden recordar a alguien que fue importante en una etapa de mi vida, hermosa etapa de nuestras vidas.
Manolo fue mi compañero de pupitre, desde que entramos con el babi azul en “parvulitos” con la Señorita Manolita, hasta que nuestras vidas se separaron cuando salimos de “Octavo” con Don Fernando, y cada uno tiró por un camino distinto, él para la FP y yo para BUP. Años entrañables en aquel nuestro viejo colegio “Cristo Rey”, donde tanto compartimos y tanto aprendimos, en las clases con Doña Carmen Mora, en los recreos jugando a piola, a “palma arriba, palma abajo”, a tirarnos la pelota de tenis (creo que a ese juego le llamábamos “el caparrón” o algo así), o a aquel fútbol rudimentario cuando colocaron las primeras porterías. Aunque a él le gustaba más jugar al baloncesto, y nos teníamos que ir en bicicleta a Castilleja de Guzmán, a jugar al básquet en aquella cancha que para nosotros era lo máximo, con aquellas canastas que hasta tenían redes.
Compartimos bocadillos de salchichón en las excursiones, y hasta “tronquitos” de chocolate cuando se podía, y confidencias cuando empezaban a gustarnos algunas de las niñas de la clase. Compartimos tardes de hacer “los deberes” juntos, y catequesis de Primera Comunión. Y partidillos de sábados por la mañana en “el campillo” o en cualquier terreno que hubiera para poner dos piedras de portería. Y compartimos también algún enfado infantil, porque él era del Barcelona y yo del Sevilla.
Compartimos también horas y horas de entrenamientos como atletas de fondo, carreras a campo a través por la “Emisora” o la “Posa Goro”, participamos juntos en el primer Cross de Itálica (él siempre quedaba por delante mía) y conocimos también las pistas de la desaparecida Chapina.
Y la llegada al pueblo de la “modernidad” con la construcción del polideportivo, donde él pudo desarrollar el gran amor de su vida: el deporte.
Después del colegio, la vida nos deparó destinos distintos, aficiones, amistades, trabajos... y ya sólo quedó el contacto casual de un encuentro y un saludo.
No supe mucho de su vida posterior, ni me enteré de su enfermedad, hasta que me llegó aquella noche la maldita noticia. No supe reaccionar, no entendía el porqué a alguien de mi edad, a mi amigo y compañero del colegio, la vida le daba ese duro golpe. Y pasé días de dolor que me traía recuerdos imborrables de aquella inocente y maravillosa niñez que compartimos.
Era un tío de paz, como su apellido, buena gente, discreto, luchador y gran deportista. Me pesa, y lo siento, no haber conocido al hombre. Me quedaré para siempre con el recuerdo del niño, mi buen compañero del colegio. Hasta siempre, amigo Manolo.