lunes, 4 de enero de 2010

Con el agua al cuello

Por mucha esperanza que se tenga, cuando se llega al límite y no se encuentra la solución al problema, la desolación sólo la conoce quien la sufre. Confiamos porque otras veces hemos resuelto el asunto, nos dejamos llevar porque al final llegará una solución, aunque sea de urgencia. Pero otras veces, la cruda realidad arrasa con toda esperanza y todo se vuelve negro. La ansiedad no nos deja razonar, y el pesimismo gana la batalla.
Cuando se nada en la parte honda y no podemos poner pie, aunque sepamos nadar, hay veces en que nos faltan las fuerzas y nos hundimos. Incluso, siendo nadador experto, y en zona aparentemente sin peligro, puede llegar alguien o algo que nos haga desfallecer.
Los problemas son problemas porque tienen un tiempo determinado para que les busquemos la solución. Existe una cuenta atrás que nos va mortificando conforme se acerca el final de ese tiempo. Mientras más cerca está el límite y no encontramos solución, el problema se va haciendo una bola, cada vez mayor y más pesada.
Hay veces en que hemos hecho todo lo posible, y lo imposible, para encontrar la solución, y sabemos que existe esa solución, y la tenemos al alcance de la mano. Y la vemos clara y sencilla de resolver. Pero no depende directamente de nosotros. Hay alguien que tiene que hacer simplemente una llamada, o dar una orden, o firmar un documento, y no lo hace. Es entonces cuando nos nace la impotencia. No hay nada peor que saber que algo tiene solución y no podemos hacer nada, porque esa solución depende de otro. Y ver cómo el agua llega al cuello.

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