domingo, 21 de marzo de 2010

El Dios de la tribu

No has llegado huérfano como aquella primera vez que fuiste a la ciudad a ver las cofradías. He visto en tus ojos esta mañana el verde de los ojos de aquel que es tu brújula treinta años después de su silencio. He visto en tu mirada los ojos negros de la que iba de la costura a la cocina para sentir cómo el Dios de la tribu va a la casa de los pobres a encender las hornillas. Ellos te han llevado de la mano y han encendido tus ojos para que hablara tu corazón.
Has ido a la ciudad, aunque vestido de ciudad, sin despojarte nunca de tu piel campesina. Un día te dije que no cambiaras, que no dejaras nunca de ser de pueblo. "No puedo", me dijiste. Y es verdad, hoy lo has vuelto a demostrar, la sangre es la sangre.
Había en la ciudad algunos judas y pilatos del siglo XXI, de los que se tocan el corazón y se cortan, que decían, criticaban, juzgaban y se rasgaban las vestiduras... porque cómo ibas tú a hablarles a ellos de Dios. A ellos, que se codean con Él todos los días en las capillitas y en las sacristías exclusivas de los "elegidos". Cómo ibas tú a hablarles a ellos de Dios, de "su" dios particular. Si tú no sabes ni entiendes de cofradías, "so cateto". Si no estás metido en "su mundillo". Si te daría claustrofobia ponerte un capirote y nunca has salido de costalero...
Podrías, porque puedes y porque sabes, haber compuesto cientos de versos rimando flores con dolores, macarenas con penas, cosas bellas con estrellas y penitentes por el puente. Y haber elevado el tono de voz, como hacen tantos, para hacer saber que ya ha terminado el poema, buscando el apluso.
Pero no. Aunque vestido de ciudad, has querido seguir siendo tú, el que eres. Con el traje de paisano y la procesión siempre por dentro, del corazón al verso, de la copla al alma, de la palabra al paisaje, de la voz al cielo, para buscar a Dios. Pero no el Dios de madera, "sino el que anduvo en la mar". El Dios de la tribu. El Dios del paisaje. El Dios de la lluvia. El Dios del pan. El Dios del pobre. El Dios de la humildad. El Dios del pueblo. El Dios de tus dudas. El Dios de nuestras dudas. El Dios del perdón.
Hoy, por los paisajes del Guadiamar celestial, unos ojos verdes derraman lágrimas de orgullo, y unos ojos negros hilvanan sonrisas de alegría y amor de madre.
Y por la tribu, maestro, estamos llenos de tu palabra que nos ha llenado el alma de tu Dios, nuestro Dios, el Dios de la tribu.
Gracias siempre, maestro, paisano.
Pregonero de la tribu.

jueves, 11 de marzo de 2010

Mi calle vieja

Sigue siendo la misma, porque sigo viviendo en la misma casa, y porque aunque me fuera lejos, mi casa y mi calle seguirían siempre en el sitio más importante de mi corazón. Mi calle es la calle del corazón. Pero, aunque el paisaje sigue siendo cuasi el mismo que antaño, los personajes se van perdiendo y la calle se va quedando vacía.
Todavía, cuando paseo de arriba a abajo mi calle, la veo larga con apenas un par de coches aparcados en la acera, o a veces ninguno, con algunos "yerbajos" entresaliendo por entre los adoquines, para formar el "césped imaginario" de nuestro estadio infantil para jugar los mundiales de fútbol de nuestra infancia. Aquellos infinitos partidos que sólo se podrían interrumpir si un balon, pelota de plástico, se "embarcaba" en la tapia de "Matildita", o se colaba en la puerta de Manolita.
Si mis pasos me llevan a la parte alta, a mis cinco añitos le impactarán las peleas de gallo en casa de Salinas, y veré aparcado el seiscientos de Antonio, que vendrá seguramente con su figura erguida de echar alguna partida en el Casino. "Isabel la Polonia" formará siempre el revuelo de gracia de la calle, antes de echarse a andar cada martes y viernes a visitar al Señor de Torrijos.
Enfrente, el corral de mi corazón, donde mi padre, con su gorrilla, andará ordeñando las vacas, mientras Juana y Manuel, los abuelos de todos los niños de la calle (esos que nunca pudieron tener), se acercarán a por una "medía" de leche... o a por una gallina que se ha saltado la tapia.
Más abajo, Anita, Ana y Aniceta tomarán el fresco de la noche de verano con un abanico y un búcaro que alivie el calor, entre la tertulia de la calle y las carreras de los niños que estarán jugando otra vez a la "dichosa pelotita", los "joíos porculo".
Francisco, que habrá llegado cansado de trabajar en Sevilla, charlará con Joselito, de alguna conversación sobre toros o fútbol, mientras en la parte baja de la calle siempre quedará el recuerdo de las ocurrencias de Antoñita y la eterna sonrisa de la "Niña Liberata".
Ayer fue Amparo (Amparito) la que se despidió, casi en silencio, con la discrección de siempre, y cuando les dí mi abrazo de pesar a mis amigos José Luis y Elías, se me vino al recuerdo la trágica pérdida de Bartolo. Y de cuando íbamos al viejo Mercado de Abastos para que nos pesara en aquella gran báscula... o cuando nos llevaba al instituto en el cientoventisiete...
Cada vez que a mi calle se le muere alguien, se muere un trozo grande de mi corazón. Ya se que es ley de vida, pero la calle mía, mi calle del alma, se va quedando vacía. Y me duele el corazón.

miércoles, 3 de marzo de 2010

Coloreando el gris

Lo peor de este invierno largo y puñetero que se resiste a marcharse no es la lluvia ni el frío, aunque en algunos lugares haya hecho daño. Lo peor es el gris permanente que se nos ha quedado en el paisaje, gris perenne que oscurece todo lo que vemos y lo tiñe de tristeza.
El cielo se ha hecho al gris, y casi se ha olvidado del celeste inmaculado que juega con el blancor de las nubes limpias. Porque las nubes de este invierno, todas han venido grisáceas descargando una lluvia también gris que todo lo inundaba. Esas nubes que han querido invadir nuestro cielo cuasi de obligada negrura han ocultado muchos días el natural estado de luz de un sol que huyó de la tribu y sólo se apareció en tímidos rayos muy de tarde en tarde.
Ahora parece que el gris no se va, que se nos queda dentro y nos contagia el corazón de melancolía. Parece como si nos hubiésemos acostumbrado al sonido de la lluvia y al paisaje de las nubes. Paisaje gris que desafía a la luz que un día, uno de estos, nos deslumbrará el alma y pintará el sol de rayos hasta abrasarnos de alegría.
Ocupado como andará con tantos y tantos asuntos, Dios tiene ya en su agenda ese ratito que necesita para acariciar el pincel del arco iris y pintar los colores de la primavera.
Un día de estos, uno cualquiera, seguro veremos a Dios coloreando el gris.