miércoles, 3 de marzo de 2010

Coloreando el gris

Lo peor de este invierno largo y puñetero que se resiste a marcharse no es la lluvia ni el frío, aunque en algunos lugares haya hecho daño. Lo peor es el gris permanente que se nos ha quedado en el paisaje, gris perenne que oscurece todo lo que vemos y lo tiñe de tristeza.
El cielo se ha hecho al gris, y casi se ha olvidado del celeste inmaculado que juega con el blancor de las nubes limpias. Porque las nubes de este invierno, todas han venido grisáceas descargando una lluvia también gris que todo lo inundaba. Esas nubes que han querido invadir nuestro cielo cuasi de obligada negrura han ocultado muchos días el natural estado de luz de un sol que huyó de la tribu y sólo se apareció en tímidos rayos muy de tarde en tarde.
Ahora parece que el gris no se va, que se nos queda dentro y nos contagia el corazón de melancolía. Parece como si nos hubiésemos acostumbrado al sonido de la lluvia y al paisaje de las nubes. Paisaje gris que desafía a la luz que un día, uno de estos, nos deslumbrará el alma y pintará el sol de rayos hasta abrasarnos de alegría.
Ocupado como andará con tantos y tantos asuntos, Dios tiene ya en su agenda ese ratito que necesita para acariciar el pincel del arco iris y pintar los colores de la primavera.
Un día de estos, uno cualquiera, seguro veremos a Dios coloreando el gris.

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